De todas las felonías cometidas por Sánchez, que es un bandolero con la chapa de sheriff, hay una que las resume a todas: tuvo los arrestos de variar 50 años de posición española en el Sáhara y en Marruecos sin encomendarse a nadie, sin tener el respaldo del Congreso e incluso sin informar al Rey, tal y como ha demostrado El Debate con una larga investigación que, en un país libre, abriría todos los telediarios.
Y los tuvo, a más inri, tras haber hecho justamente lo contrario poco antes, permitiendo la entrada en España del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, considerado en Rabat algo parecido a Otegi o Josu Ternera en la España previa al sanchismo: ahora, ya se sabe, son hombres de paz, socios fiables y mucho menos peligrosos para la democracia que esos temibles poderosos con puro encabezados por Feijóo, Abascal o la fascista prensa madrileña.
Entre medias de la alfombra roja al terrorista saharaui, al menos según la definición de Rabat; y la bajada de pantalones con Rabat, solo ocurrió algo: Sánchez fue espiado, le robaron 2,6 gigas de documentación y asuntos personales y, según todos los indicios nunca desmentidos por nadie, todo acabó en la mesa de Mohamed VI.
Nadie ha podido demostrar que fue Marruecos la responsable de la operación y tampoco nadie ha detallado el contenido exacto del móvil de Sánchez, cierto.
Pero nadie ha desmentido que fuera así, hasta el punto de que Europa lo ha avalado formalmente, y nadie ha sido capaz de explicar tampoco qué otra razón puede explicar el volantazo sanchista en la cuestión saharaui y su necesidad de hacerlo sin contar con nadie.
Ni siquiera con el Rey, a quien constitucionalmente corresponde representar a España internacionalmente y ser informado de los «asuntos de Estado». ¿Y no lo es, acaso, variar la geopolítica de España ante el mundo? ¿No lo es alimentar, por una decisión unilateral y personalísima, las ansias expansivas de Marruecos sobre Ceuta, Melilla y hasta Canarias?
Si en el silencio europeo ante el acoso de Sánchez a la separación de poderes nos estamos perdiendo algo; en el viraje español en Marruecos también. Y, aunque no hay prueba alguna al respecto, no resulta osado encontrar quizá conexión entre ambos episodios.
Porque aquí está pasando algo grave en nuestras narices y, en lugar de ver cómo se levantan, fornidas, las barreras constitucionales para detener todo abuso contra la ley y el sentido común, vemos cómo se derriban una a una con pasmosa facilidad mientras se señala, con un dedo acusador, a los pocos jueces, políticos o periodistas que se resisten a ello.
Así que, mientras la autoridad no nos cierre o encierre y podamos ejercer de Resistencia, aquí quedan escritas de nuevo las preguntas oportunas: ¿qué le sacaron del móvil, presidente, para que regale soberanía al primer independentista y al primer reyezuelo que se le cruza por el camino, mientras trata al nuestro, al Borbón, como si fuera su niño de los recados?